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Nunca habré estado con todo mi ser tan cerca de vosotros. Estos son los obsequios que se le conceden a un hombre en la Tierra, de unirse tan estrechamente, con toda la capacidad de sentir propia de él, con el hermano precedido.
También para mí es inefablemente gozoso poder moverme entre vosotros con toda mi alma y mi profundo amor. Este amor es como “una rosa blanca que abre sus pétalos y agradece que se le deje florecer y perfumar”. No hay ninguna ley que nos impida entregarnos a este sentimiento más puro y elevado que Dios ha creado, el amor de la inocencia y de la renunciación.
Todos lo habéis desarrollado al máximo, todos habéis mostrado a vuestro Dios que sois dignos de ser dueños de este más elevado lazo, que une alma con alma. También os doy las gracias por ello.
Cuando me recordáis con alegría ...Me envuelvo en estas “ondas luminosas”. Ellas me rodean, y al salir de ellas queda conmigo su luminosidad. Se queda adherido como “polvo de estrellas” en el fino tejido de mi mundo de ahora. Esta es la “bendición de vuestro amor”, que ya se ha convertido en mío propio y me acompaña. Vosotros sois mis donantes de bendición.
Sigwart, 1930.
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