Al iniciarse el duelo, vivencias confusas y negativas como la culpa, el resentimiento, la impotencia, la sensación de ser incomprendidos por el medio familiar y social se hacen presentes en ambos padres.
Son además estas emociones vividas de modo particular en cada uno de ellos, y a menudo no coincidentemente.
Frente a tales hechos, el silencio, la incomunicación, la hostilidad o los reproches se instalan en la pareja, que buscará entonces resolver individualmente su duelo distanciándose aún más.
Probablemente un falso sentimiento de “fidelidad” hacia el hijo ausente hará que disminuyan o se anulen las gratificaciones habituales de la pareja, ahondando así el dolor y la tristeza. De este modo el distanciamiento entre los padres será evidente y el sinsentido del vínculo comenzará a instalarse en ellos.
Se apoyan en estos hechos las estadísticas que hablan de un aumento de las separaciones en las parejas que han perdido hijos.
Al detenernos en el análisis de este desarrollo, notamos que las características del vínculo preexistente a la pérdida cobran una incidencia fundamental en la evolución de los hechos.
Los que con antelación al duelo sobrellevaban una relación conflictiva son los que dan razón a estas estadísticas, ya que la pérdida obra como detonante que pone en evidencia todo lo que hasta allí se negaba.
De todos modos, la separación podría evitarse si llegado a este punto ambos padres reconocen y asumen su propio conflicto y, recurriendo a una ayuda externa (espiritual o terapéutica), evitan sumar al dolor del duelo la ruptura del vínculo matrimonial.
En cambio, una pareja bien integrada compartirá su dolor, cada uno será para el otro el mejor interlocutor para su duelo, buscarán juntos ayuda, esclarecimiento, consuelo, y unidos recorrerán el difícil camino.
No habrá silencios, recordarán al hijo a veces con lágrimas, otras con una sonrisa, y el vínculo quedará fortalecido por la experiencia compartida.
Algunas sugerencias finales para los padres que atraviesan este tipo de situaciones son:
Poder escuchar las demandas y requerimientos del otro.
Identificarse con el sentir de su cónyuge.
Romper los pactos de silencio con respecto al duelo.
Recordar al ausente cada vez que sientan necesidad de hacerlo, de manera intimista y sin la presencia de terceras personas que no siempre están dispuestas a participar de este tipo de reminiscencias.
No postergar un diálogo por temor al conflicto.
Incluir la tolerancia y las concesiones en la relación.
Rescatar los roles perdidos o empobrecidos dentro de la pareja.
Poniendo en práctica estas sugerencias, tal vez logremos que las líneas paralelas de la existencia individual en la pareja que enfrenta el duelo puedan unirse para un compartido beneficio.