Cuando se nos muere un ser querido, una parte de nuestro ser muere con él, nuestra forma de ser cambia brutalmente, ya no somos los mismos, hay un antes y un después. Ese es un momento crucial en nuestro estado tanto físico como mental, emocional y espiritual.

Es una transformación muy difícil de explicar, parece como si hubiéramos perdido todo lo que habíamos sido hasta ese momento y volviéramos a nacer de nuevo, pero de diferente manera. Ya no somos como antes, ni sentimos ni actuamos como antes, pero seguimos siendo nosotros mismos.

Todas nuestras memorias de todo lo que somos que no hemos sabido utilizar y han estado dormidas, despiertan y vuelven a fluir, en esos momentos, de otra forma más intensa. Nos volvemos más sensibles, más despiertos, más humanos, más perceptibles…, se produce la reconstrucción de uno mismo pero sin haber dejado de ser nunca la esencia que somos.

Después de sufrir una destrucción casi total renacemos de las cenizas y escombros y nos reconstruirnos otra vez; volvemos a ser más nosotros mismos sin los tapujos que teníamos hasta ese momento a consecuencia de la educación, la sociedad, el entorno y la cultura en la que hemos nacido y nos han enseñado y educado, es una evolución completamente distinta a como éramos antes.

Sin embargo, todo esto no ocurre de golpe, lleva su tiempo, y encontramos una serie de herramientas para poder hacer esta reconstrucción, pero aún con todas esas herramientas y ayudas que podamos obtener, sólo nosotros podemos hacer esa reconstrucción y sólo con nuestra voluntad podemos conseguirlo; y si uno quiere, ese uno, puede, y poco a poco vamos descubriendo que somos más poderosos de lo que pensábamos, porque al abrirnos a ese nuevo estado personal nos damos cuenta de la capacidad inmensa de poder que tenemos para realizar tantas y tantas cosas, que nos asombramos de lo que realmente podemos llegar a ser. Porque eso requiere muchísimas veces un esfuerzo titánico y el tiempo en conseguirlo depende de cada persona, pero no hay que ir deprisa pues a cada persona le llega en el momento que tiene que ser. Pero incuestionablemente, ocurre, y a partir de ese momento somos los mismos y a la vez diferentes, porque hemos dejado de ser la crisálida y nos hemos convertido en la mariposa.

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