Que te digo hermana, hermano? Cómo lo digo, si estoy tan dolido, tan muerto en vida como tú?, pero hay algo dentro de mí que me dice que debo continuar, que debo levantarme y caminar para tomar la mano de quien está caído, pero cómo te doy palabras de aliento? Como escribo para llegar a tu alma? a ese lugar donde hay infinito dolor.
Si el alma de un padre puede desgarrarse con el hecho de perder a un hijo, que será del alma sublime de una madre que está ciega por el indescriptible dolor de haberse separado de ese ser amado, qué hacer con esa alma inerte?. Que ahí está, esperando, aguardando, sangrando. No sé qué decir, nadie sabe qué decir, algunos tropiezan en el intento, otros más, hieren sin querer, y hay quien con su silencio, ese bendito silencio que nos acompaña que nos libera de responder, porque no sabemos qué responder, ese silencio que se agradece y que da paz. Es tal vez la compañía silenciosa la que cobija más. No hay palabras, esta vez el consuelo no llega por las palabras.
Pero cómo alentar a otros hermanos a seguir, si las palabras por ciertas que sean, por tiernas que sean, no son capaces de alcanzar ese dolido lugar donde se encuentra el alma desgarrada, que descontrolada quizá por no entender un mundo así, por no haber imaginado un mundo así no sabe y no quiere levantarse, pues no conoce el camino que debe seguir.
La paciencia, la tolerancia, la solidaridad, la compañía, el amor, todos sentimientos y actitudes intangibles, pero inconmensurables cuando llegan, parecen ser solo remedios que nos acercan los seres amados que giran a nuestro alrededor, sin saber qué hacer o qué decir cuando te has separado de un hijo.
Ese hijo que no sabemos a dónde se ha ido? No sé dónde; o tal vez si lo sé, o tal vez si quiero saber; Sigue aquí conmigo y no he sido capaz de verlo, de sentirlo. Me ha cegado el egoísmo. Y como no lo veo, me he aferrado a pensar que es mío, que siempre lo fue, pero quien soy para reclamar nada? Quien soy para presentarme en este universo en este infinito, para reclamar? Es mi egoísmo quien me entorpece la mente y no me deja ver más allá. El sentido de la propiedad, cuando se trata de un ser espiritual que ya no tiene cuerpo pero que ahí está su alma intocable, pero que puedo sentirla.
Eso es lo más valioso de la vida; lo intangible como el amor, ese infinito amor que nos une a ese ser que ha partido, los imborrables recuerdos, la bendita memoria que lo trae a mi mente, que alberga tantos hermosos momentos vividos, entonces…. solo entonces entiendo la fe, la esperanza, entonces y solo entonces entiendo un poco este mundo intangible, es entonces cuando quiero dejar mi egoísmo y dejar de concentrarme en mi carne que se duele, pues me doy cuenta que solo es un equipaje que se hace viejo, que es tan insignificante que padece el deterioro del tiempo, es entonces cuando puedo dejar que mi consciencia me permita abandonar el ego para abrir los ojos del alma y ver a los hermanos caídos, necesitados, que están sufriendo y sintiendo el mismo dolor que padezco, que necesitan, que reclaman. Entonces puedo salirme de este cuerpo imperfecto, de este mojigato raciocinio que todo lo quiere contar que todo lo quiere tocar, para entrar al mundo de lo intangible y dejar que se libere el alma, y dejar de pensar en mí y decirle a otro hermano caído que sí existe ese mundo espiritual, ese donde habita el alma, donde no hay barreras que me impidan hablarle y sentir el espíritu de mi hijo, que tal vez me ha estado gritando que está aquí conmigo, que solo está como dice un pensador privilegiado “en la habitación de al lado”.
Así quiero seguir lo que me resta de vida, solo de esta forma es posible seguir, el amor permite que esa habitación sea mi corazón, en ese lugar donde nace el amor, donde nace la esperanza, donde quiero que mi hijo viva mientras me reúno con él por siempre. Solo así puedo seguir. No hay más palabras que me reanimen, no hay más reflexión tenga que ver con sumar y restar seres, no mas pensar en mí, solo está presente el amor por mi hijo, por mi mujer, el amor por los hijos que me quedan y por los hermanos que sufren y a quienes escribo y agradezco tanto que sigan caminando junto a mí con valentía.
Esto es lo que nos ha tocado vivir y sufrir, y por primera vez lo acepto, pues mi hijo Enrique va caminando conmigo. Y como dice el gran Facundo Cabral “Este es un nuevo día, para buscar al Ángel que me crece los sueños”
Firmado: El padre de Enrique.
Mamá. Papa. Ahora. Ya no están conmigo. Físicamente. Tengo que aprender a tocar su alma para sentirlos mi dolor es grande