La Asociación de Ayuda a Enfermos Graves y Personas en Duelo Alaia se fundó en septiembre de 1998 con la idea de cubrir un espacio hasta ese momento desatendido en Madrid: el apoyo emocional a las personas en duelo, es decir, a las personas que han perdido a un ser querido, y el acompañamiento a los enfermos en fase terminal.
En marzo de 1996 murió repentinamente Sara, de 18 años, hija de la fundadora de la Asociación, Dulce Camacho, y ya en el cementerio una amiga le regaló el libro La muerte, un amanecer, de Elisabeth Kübler-Ross, en el que aparecían las señas de un grupo de apoyo en el duelo en Barcelona.
Enseguida se puso en contacto con ellos porque lo que deseaba era conocer a personas que hubieran pasado por la misma situación que ella estaba pasando: quería saber cómo se podía vivir con ese dolor desgarrador, quería saber si todo lo que le estaba pasando era normal o es que se estaba volviendo loca. Aunque tuvo mucho apoyo por parte de su familia y de sus amigos, sabía que quien realmente podía comprenderla era alguien que hubiera pasado por lo mismo, alguien a quien también se le hubiera muerto su hijo o alguien muy querido. Empezó a ir a las reuniones de este grupo de duelo de Barcelona cada vez que podía y buscó en Madrid alguna organización que hiciera lo mismo. Al no encontrarla, fue creciendo en ella la idea de crearla cuando se encontrara más recuperada. Con el tiempo recibió la formación adecuada para llevar grupos y asistió a numerosos cursos y seminarios. Así es como nació la Asociación de Ayuda a Enfermos Graves y Personas en Duelo Alaia.
La Asociación es aconfesional y sin ánimo de lucro, basa su filosofía en la acogida incondicional de las personas en duelo y de los enfermos, en la escucha activa, en el acompañamiento. Sabemos que el dolor compartido es más llevadero. Cuando conocemos a otras personas que están pasando por lo mismo que nosotros, nos damos cuenta de que no estamos solos con nuestro dolor y eso nos ayuda a sentir más compasión y más amor por los demás.
La muerte, en nuestra sociedad, continúa siendo una cuestión tabú. Cuando alguien a nuestro alrededor sufre la pérdida de un ser querido no solemos saber qué decir, no nos han educado para ello. Unos tratan de evitar hablar a la persona de lo que le ha ocurrido, otros intentan animarla diciéndole que la vida continúa, etcétera. En este contexto, muchas personas que han sufrido una muerte en la familia se encuentran muy solas, no pueden hablar de ello, no saben adónde acudir. Se ha demostrado que el hecho de compartir su experiencia y sus sentimientos con otras personas que han sufrido también la pérdida de un ser querido brinda una ayuda inestimable a la hora de sobrellevar el duelo.
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