5 cosas que los supervivientes de una pérdida por suicidio deben saber,
expresadas por alguien que ha intentado suicidarse

Sam Dylan Finch, 8 de marzo de 2019

Era una tarde de enero de 2018, solo dos días después de una cirugía mayor. Entrando
y saliendo de una bruma analgésica, me incliné para revisar mi teléfono. Allí, en la
pantalla, vi un mensaje de texto de la madre de mi mejor amigo: «Llama al 911».
Eso marcó el comienzo de mi interminable caída libre a través del dolor. Esa noche, mi
maravilloso amigo, cuya risa podía iluminar la habitación más oscura, murió en una
cama de hospital después de intentar quitarse la vida.
Una onda de choque atravesó a toda nuestra comunidad. Y a medida que sus seres
queridos luchaban por comprender lo que había sucedido, todos a mi alrededor se
preguntaban: ¿cómo había podido suceder algo así?
Sin embargo, esa era una pregunta que yo no necesitaba hacerme, porque hace casi
una década yo también intenté suicidarme.
Esto no hizo que mi duelo fuera menos doloroso, por supuesto. Tenía innumerables
momentos de culparme a mí mismo, de confusión y desesperación. Pero no fue tan
incomprensible como lo fue para todos los demás, porque era una lucha que yo
conocía demasiado bien.
Pero mi experiencia en «ambos lados» se convirtió en una bendición disfrazada.
Cuando mis seres queridos me preguntaron cómo podía ocurrir un intento de suicidio,
pude responder. Y mientras respondía a sus preguntas, vi que sucedía algo hermoso:
todos podíamos sanar y empatizar con nuestro amigo un poco más.
Si bien no puedo hablar por cada persona que ha luchado con pensamientos suicidas,
he hablado con suficientes supervivientes de un intento de suicidio para saber que hay
puntos en común respecto a cómo nos hemos sentido acerca de la experiencia.
Quiero compartir cuáles son esos puntos en común con la esperanza de que, si has
sobrevivido a una pérdida como esta, puedas encontrar algo de consuelo al escuchar a
alguien que ha estado allí.
Me gustaría pensar que, si tu ser querido pudiera hablarte ahora, estas son algunas de
las cosas que querría que supieras.

1. El suicidio es algo más complejo que una «decisión»
Las personas que intentan suicidarse no siempre están convencidas de que esa sea la
única opción. Es más frecuente que hayan agotado sus reservas emocionales para
continuar buscando esas opciones. Es, en muchos sentidos, el definitivo, el extremo
estado de agotamiento.
Ese estado de agotamiento tampoco ocurre de la noche a la mañana.
Para intentar suicidarse, una persona tiene que estar en un estado neurológico en el
que pueda anular sus propios instintos de supervivencia. En ese punto, es un estado
agudo, crítico, no muy diferente a un ataque al corazón u otra crisis médica.
Una persona debe haber llegado a un punto en el que siente que su capacidad para
soportar el dolor emocional ha superado la cantidad de tiempo que puede esperar a
que llegue el alivio, en el mismo momento en que tiene acceso a los medios para
terminar con su vida.
Lo que a menudo les digo a los supervivientes de pérdidas es que un intento de
suicidio no es diferente a un «accidente extraño», porque muchas pequeñas cosas
tienen que alinearse (de una manera realmente terrible, sí) para que ocurra el suicidio.
El hecho mismo de que alguien pueda llegar tan lejos es un reflejo mucho más fuerte
del estado de salud mental en nuestra sociedad.
No fallamos, tú tampoco has fallado. El sistema nos falló a todos.
Nuestro sistema casi siempre requiere largos períodos de espera (lo que hace que las
personas se acerquen cada vez más a ese estado agudo) y estigmatiza la atención que
lleva a las personas a esperar hasta el último minuto para buscar ayuda, si es el caso,
en un momento en que realmente no pueden permitirse esperar.
¿En otras palabras? El momento en que alguien en crisis tiene que utilizar la mayor
cantidad de energía para mantenerse vivo, ignorar los pensamientos intrusivos, los
impulsos y la desesperación absoluta, es a menudo el momento en que tiene la menor
energía disponible para hacerlo.
Es decir, el suicidio es un trágico resultado de circunstancias extraordinarias sobre las
que, en realidad, pocos de nosotros tenemos mucho control.

2. A menudo estamos muy, muy en conflicto
Muchos supervivientes de pérdidas, ante el suicidio de sus seres queridos, me
preguntan: «¿Y si no querían suicidarse?».
Pero rara vez es así de simple. Es mucho más probable que estuvieran en conflicto, por
lo que el acto de suicidio es un estado tan confuso.
Imagina que una balanza se inclina hacia adelante y hacia atrás, hasta que uno de los
lados finalmente es superado por el otro: un desencadenante, un momento de
impulsividad, una ventana de oportunidad que interrumpe el precario equilibrio que
nos ha permitido sobrevivir hasta ese momento. Eso es agotador y confunde nuestro
juicio.
Esta cita ayuda a comprender este conflicto interno: «No somos nuestros
pensamientos, somos las personas que los escuchan». Los pensamientos suicidas, una
vez que se disparan, pueden convertirse en una avalancha que ahoga la parte de
nosotros que de otra manera elegiría de manera diferente.
Experimentamos un profundo conflicto, por mucho que los pensamientos suicidas
sean tan increíblemente fuertes. Esta es también la razón por la cual algunos de
nosotros (a menudo inconscientemente) saboteamos nuestros propios intentos.
Podríamos elegir un momento o lugar en que sea posible que seamos descubiertos.
Podríamos dejar caer pistas sobre nuestro estado mental que son casi indetectables
para los demás. Podríamos elegir un método que no sea definitivo.
Incluso en el caso de aquellos que lo planifican meticulosamente y parecen muy
decididos a suicidarse, de alguna manera se están saboteando. Cuanto más nos
demoremos en planificar, más dejamos abierta la posibilidad de una intervención o
una equivocación.
Queremos desesperadamente paz y tranquilidad, esto es realmente lo único de lo que
estamos seguros. Un intento de suicidio no refleja cómo nos sentimos sobre nuestra
vida, nuestro potencial o sobre ti, al menos no tanto como refleja nuestro estado
mental en el momento en que lo intentamos.

3. No queríamos lastimarte
Revelación personal: cuando intenté suicidarme, hubo momentos en los que lo único
en lo que podía pensar era en las personas que amaba.
Cuando mi entonces novio me dejó en casa esa noche, me quedé inmóvil en la entrada
y traté de memorizar cada detalle de su rostro. Realmente creí en ese momento que
sería la última vez que lo vería. Observé su coche hasta que estuvo completamente
fuera de la vista. Ese es el último recuerdo que tengo de esa noche que es claro e
inequívoco.
Incluso hice que mi intento pareciese un accidente, porque no quería que las personas
que amaba creyeran que lo había hecho a propósito. No quería que se culparan a sí
mismos, y, al organizarlo, hice lo poco que pude, en mi mente, para disminuir su
sufrimiento.
Sabía, en cierto nivel, que mi muerte sería dolorosa para las personas que amaba. No
puedo articular cuánto pesó eso en mi corazón.
Pero después de cierto punto, cuando sientes que te estás quemando vivo, todo lo que
puedes pensar es cómo apagar el fuego lo más rápido posible.
Cuando finalmente lo intenté, estaba tan disociado y tenía una visión de túnel tan
severa que gran parte de esa noche está completamente bloqueada en mi mente. Los
intentos de suicidio son a menudo tanto un evento emocional como neurológico.
Cuando hablo con otros supervivientes de intentos, muchos de nosotros compartimos
el mismo sentimiento: no queríamos lastimar a nuestros seres queridos, sino que es
esa visión de túnel y el estado de dolor agudo, junto con la sensación de que somos
una carga para quienes nos quieren, lo que anula nuestro juicio.

4. Sabíamos que éramos amados
Un intento de suicidio o un suicidio no necesariamente significa que la persona no se
sintiera amada. No significa que tu ser querido no supiera que le importabas o que
pensaba que no obtendría la aceptación incondicional y la atención que tú, sin duda, le
habrías podido ofrecer.
Desearía que solo el amor fuera suficiente para mantener a alguien aquí con nosotros.
Si el amor fuera suficiente, veríamos muchas menos muertes por suicidio. Y sé,
créeme, lo sé, lo doloroso que es aceptar que podemos amar a alguien hasta la luna y
de regreso (diablos, a Plutón y de regreso), y eso no es suficiente para que se quede.
Pero puedo decirte lo que hizo tu amor, si eso ayuda: hizo que su tiempo aquí en la
tierra fuera mucho más significativo. También te puedo prometer que lo sostuvo en
muchos, muchos momentos oscuros de los que nunca te habló.
Si realmente sintiéramos que somos capaces de quedarnos por ti, lo habríamos hecho.
Antes de mi intento, solo quería mejorar y ser lo suficientemente fuerte como para
quedarme. Pero cuando las paredes se cerraron sobre mí, dejé de creer que podía.
El suicidio de tu ser querido no dice nada sobre cuánto lo amabas, ni sobre cuánto te
amaba él a ti. Pero la intensidad de tu duelo sí, porque el dolor que estás
experimentando en su ausencia dice mucho de cuán profundamente lo amabas (y aún
lo amas).
La intensidad de tus sentimientos dice mucho sobre las probabilidades de que el amor
entre tú y tu ser querido fuera mutuo. Y la forma en que murió nunca puede cambiar
eso. Te lo prometo.

5. No es tu culpa
No voy a fingir que no me he culpado por el suicidio de mi amigo. Tampoco voy a fingir
que no sigo haciéndolo.
Es fácil caer por la madriguera del conejo, preguntándose qué podríamos haber hecho
de otra manera. Es desgarrador, pero también, de alguna manera, reconfortante,
porque nos lleva a pensar que teníamos algún tipo de control sobre el resultado.
¿No se sentiría el mundo mucho más seguro si fuera posible salvar a todos los que
amamos? ¿Evitar su sufrimiento con las palabras adecuadas, las decisiones correctas?
Ojalá que, por pura fuerza de voluntad, pudiéramos salvar a todo el mundo. O al
menos a las personas sin las que no podemos imaginar nuestras vidas.
Lo creí por mucho tiempo. Realmente lo hice. He escrito públicamente sobre salud
mental y suicidio durante los últimos cinco años, y realmente creía que, si alguien a
quien amaba tuviera problemas, sabría, sin ninguna duda, que podía llamarme.
Mi sensación de seguridad se hizo añicos cuando perdí a uno de mis mejores amigos.
Incluso siendo alguien que trabaja en salud mental, no vi las señales.
Todavía estoy en el proceso de rendirme por completo al hecho de que nadie, no
importa cuán inteligente, cuán amoroso, cuán decidido pueda ser, puede mantener a
alguien con vida.
¿Cometiste errores? No sé, tal vez. Es posible que hayas dicho algo incorrecto. Es
posible que le hayas rechazado una noche sin darte cuenta de que habría
consecuencias. Es posible que hayas subestimado cuánto dolor tenía.
Pero cuando hay una olla de agua en la estufa, incluso aunque enciendas la llama, tú
no eres responsable de cuándo hierve el agua. Si se deja en el quemador el tiempo
suficiente, es seguro que empezará a hervir.
Se supone que nuestro sistema de salud mental proporciona una red de seguridad que
quita esa olla del quemador para que, pase lo que pase con la llama, nunca llegue a un
punto álgido y se desborde.
No eres responsable de ese fallo del sistema, sin importar los errores que cometiste o
no cometiste.
También fracasaste porque te hicieron sentir responsable de la vida de tu ser querido,
lo cual es una responsabilidad demasiado pesada para cualquier persona. No eres un
profesional de crisis, e incluso si lo eres, no eres perfecto. Solo eres humano.
Lo amabas de la mejor manera que sabías. Desearía tan desesperadamente que
hubiera sido suficiente, por el bien de ambos. Sé lo doloroso que es aceptar que no lo
fue.
Todos los días, desde esa horrible tarde de enero del año pasado, me he preguntado:
«¿Por qué él murió y yo aún estoy aquí?». Esta es la única pregunta que todavía no
puedo responder. Intentar lidiar con esa pregunta es un recordatorio de lo
profundamente injusto que es todo. No creo que nada de lo que pueda decir cambie la
injusticia de perder a alguien de esta manera.
Pero lo que he aprendido desde entonces es que el dolor es un maestro poderoso.
Me ha retado, una y otra vez, a volver a comprometerme a vivir una vida llena de
significado. Con el objetivo de entregar mi corazón libre y fácilmente, y lo más
importante, con el fin de que la vida que llevo sea una dedicatoria viva a esta persona
que tanto amaba.
He aprendido a vivir junto a mi dolor, a dejar que me transforme lo más radicalmente
posible.
Cada vez que encuentro la fuerza para hacer lo correcto, ser valiente e implacable en
la lucha por un mundo más justo, o simplemente permitirme reír sin sentirme
cohibido, me convierto en el altar viviente de todo lo que mi amigo representaba:
compasión, coraje, alegría.
No voy a pretender tener una buena respuesta de por qué se ha ido tu ser querido. He
buscado la respuesta por mí mismo, y no estoy más cerca de encontrarla que hace un
año. Pero puedo decirte, tanto como superviviente de una pérdida como de un
intento, que todavía estás aquí. Y cualquiera que sea la razón, todavía tienes la
oportunidad de hacer algo extraordinario con esta vida.
Mi mayor deseo para ti, y para cualquiera que esté en duelo, es saber que tu dolor no
llegará a consumirte. Deja que sea tu brújula lo que te lleve a lugares nuevos y que te
acerque a tu propósito. Eres parte del legado que dejó tu ser querido. Y cada momento
que eliges vivir plenamente y amar profundamente, traes una parte hermosa de él a la
vida.
Lucha por tu propia vida de la manera que tan desesperadamente deseas haber
podido luchar por la de él.
Sam Dylan Finch es periodista y ha publicado extensamente sobre temas como la salud mental,
discapacidad, política y derecho. Con su experiencia combinada en salud pública y medios digitales,
Finch actualmente trabaja como editor social en Healthline.

Sam Dylan Finch es periodista y ha publicado extensamente sobre temas como la salud mental,
discapacidad, política y derecho. Con su experiencia combinada en salud pública y medios digitales,
Finch actualmente trabaja como editor social en Healthline.

Traducción propia.