Grupos de apoyo para el duelo por suicidio: «Me siento entendida y, sobre todo, no me siento juzgada»
Asociaciones como Alaia, en Madrid, y Caminar, en Valencia, ayudan a las personas que han perdido a un ser querido por suicidio a hablar de ello, a sentirse apoyados y entendidos.
«El desaliento es terrible y el dolor es inmenso, inmenso». El hijo de Mari Carmen tenía 35 años cuando se suicidó en noviembre de 2020 y ahora ella está en un proceso muy largo para intentar aprender a vivir con ello. Solo a eso, porque tiene claro que el dolor no va a desaparecer nunca.
El suicidio es la primera causa de muerte externa en España. Solo en los primeros cinco meses de 2020 fallecieron por esta causa 1.343 personas. En 2019, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), fueron 3.671 las personas que se suicidaron. Sin embargo, parece que nos sigue dando vergüenza, o incluso miedo, hablar de este tema en voz alta. Nos sigue rondando la cabeza que hablar de suicidio causa más suicidios, cuando quizá sea precisamente hablar del problema lo que nos pueda acercar a solucionarlo.
Hablar de ello es precisamente lo que ayuda a hacer asociaciones como Alaia, en Madrid, y Caminar, en Valencia, a las personas que han perdido a un ser querido por suicidio. Algo que parece tan simple como compartir tu experiencia con otros puede resultar muy difícil, pero a menudo es el empujón necesario para aprender a vivir tras una experiencia que te puede destrozar.
Sentirse comprendido
Mari Carmen llegó a la asociación Alaia «con mucho miedo», pero tardó poco en gustarle aquel grupo de apoyo: «Sentí que no era única en esto, me ha servido y me sirve de mucha terapia, me hace desahogarme, me hace poderme expresar, explicar mis miedos, mis angustias, muchos sentimientos».
Porque lo más importante de los grupos de apoyo es precisamente eso, sentir que no eres el único que está pasando por esta situación. «En los grupos dejan de ser tan bichos raros y por lo menos tienen ese primer alivio de decir bueno, esto le ha pasado a más personas, no es que me haya pasado solo a mí», explica Mónica, miembro de la asociación Alaia.
En el mismo sentido se pronuncia Lourdes, de la asociación Caminar: «Los grupos tienen una potencia enorme, poder encontrar otras personas que estén viviendo una misma experiencia o que hayan transitado por ella ya es un factor de impulso y de protección muy grande».
Mari Carmen es consciente de que «el dolor va a estar siempre ahí», que «la ausencia es para toda la vida», pero también cree que es posible llegar a un punto en el que se aprende a vivir con él. «Creo que la aceptación no es la palabra más correcta, sino la adaptación a una forma de vivir distinta en la cual te falta algo muy querido para ti, que es un hijo».
Ella sabe que aún le queda mucho camino por recorrer y que está «todavía en un proceso muy complicado», pero cuenta con la ayuda de Alaia. «Los trabajos de las asociaciones me parecen maravillosos, son gente muy altruista, gente que ha pasado por situaciones muy complicadas, que te entiende mejor que nadie y ahí es donde yo me refugio, en ellos; me siento entendida y sobre todo, no me siento juzgada, es muy importante la labor de la asociación en ese sentido, porque ya te juzgas tú mucho».
«El espacio de escucha tiene algo de sagrado, poder hablar de lo que te está sucediendo sin tener miedo de hacer daño, el hecho de ser escuchado, comprendido y también de alguna manera este acto de absolución de la culpa que puedas sentir y ver que es algo común que se nos escapen las cosas, equivocarnos a veces como seres humanos, todo esto se genera en grupo», añade Lourdes.
Señala además otro aspecto importante, y es que «se encuentra una red de apoyo, porque el duelo en general, el dolor, tiende a aislarnos y el duelo por suicidio todavía más, porque si no lo has vivido es difícil compartirlo».
Acabar con el tabú
Todas ellas coinciden al afirmar que acabar con el estigma que rodea al suicidio es el primer paso para ponerle solución a un problema que acaba con la vida de 10 personas cada día en nuestro país. «Hay familiares que no cuentan cómo ha fallecido su ser querido por vergüenza, por miedo al estigma, a ser juzgados», lamenta Mari Carmen, que considera que esto es un error. «No juzgo a nadie por eso, si no lo quieren decir es muy respetable, pero creo que desde la información de saber que existe, de que ese tabú se corte, de que se vaya sabiendo, desde ahí podremos hacer mucho para la prevención contra el suicidio».
«Hace mucho daño no hablar del tema», opina Mónica. «Si se hablara más del tema, las personas que se encuentran mal o que se encuentran con ciertas sensaciones sí que intentarían buscar ayuda o los familiares estarían más pendientes, porque se comentaría», añade.
El hecho de que la salud mental, y en especial el suicidio, sea un tabú hace que estas situaciones supongan «un aislamiento para la persona que está pensando en suicidarse o que finalmente se suicida y para los familiares y el entorno de esa persona».
Por eso, las tres insisten en la necesidad de alejar la vergüenza del suicidio y todo lo que le rodea y mostrar a la población de que es un problema real y más común de lo que se piensa. «La sociedad se tiene que concienciar, porque no es saber que existe, es concienciarse de que esto es así, que es distinto», insiste Mari Carmen.
Las carencias de la sanidad pública
Las asociaciones como Alaia y Caminar nacen para cubrir una necesidad y dar un servicio que la sanidad pública no ofrece.
El hijo de Mari Carmen murió el 17 de noviembre. A ella no la llamaron hasta el 9 de abril, después de numerosas llamadas pidiendo ayuda. Hasta el 15 de junio no consiguió una cita con la psiquiatra, que ahora solo la ve para ajustar la medicación. «Terapia a mí no me están haciendo ninguna, yo me he tenido que buscar a Alaia. Y si yo quiero una psicóloga particular, la tengo que pagar yo, no hay nada en la Seguridad Social que ayude a los supervivientes, no nos protegen, no nos cuidan».
Esto «se debería gestionar desde los centros de atención primaria, desde los centros de atención especializada y centros de servicios sociales, que es competencia municipal, ahí debería haber una atención a las personas que han tenido un fallecimiento por suicidio y un protocolo», pide, por su parte, Lourdes, que cree que es necesario que haya «un teléfono donde los supervivientes, entendiendo como supervivientes las personas que han tenido un fallecimiento, pudieran llamar para decir ‘me ha pasado esto, ¿qué puedo hacer, quién me puede ayudar?’, porque realmente hace falta». Una ayuda que no existe y que se tiene que cubrir con la labor de voluntarios.
Además, si lo miramos desde el punto de vista práctico e incluso económico y dejamos de lado la parte humana, también conviene ayudar a estas personas. «Una muerte por suicidio tiene una onda expansiva que afecta a muchísimas personas, con lo que significa luego de demanda en los centros de salud, de bajas laborales…», señala Lourdes. «Ya solamente mirando en el aspecto más práctico, genera una cantidad de gastos también. Aparte de ser necesario por salud mental, por salud física, por salud integral de la persona, es que también, a la larga, se evitaría mucho gasto público».
Las asociaciones ponen el foco en la falta de atención al sufrimiento de los supervivientes en los protocolos de actuación ante un suicidio. Porque, como señala Lourdes, hay que prevenir los suicidios, por supuesto, pero también hay que admitir que siguen ocurriendo y no nos podemos olvidar de poner medidas para cuando pasen.
«Tiene que haber una conciencia clara de la necesidad de esta atención en el duelo porque se pasa muy, muy mal». Tan mal que el riesgo de suicidio entre quienes han perdido a un familiar de esta manera es bastante elevado.
«La mayoría de padres lo pensamos», dice Mari Carmen sin ningún dramatismo, como quien dice un hecho por todos conocido. «Nadie se preocupa de si tú quieres seguir viviendo, si quieres hacer algo en contra de ti, si te quieres ir con tu hijo». Y, por desgracia, no es un pensamiento extraño.
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