Niusdiario.es recoge este reportaje dentro de uno de los grupos de apoyo de Alaia a padres cuyos hijos se suicidaron.
ENTREVISTA
Han pasado ya cuatro años desde que Loli perdió a su hijo Álex, pero aún no puede evitar llorar cada vez que habla de él. «Tenía solo 18 años. Estaba en segundo de bachillerato y parecía un niño feliz. En ningún momento le vimos preocupado ni triste». Álex eligió dejar este mundo precipitadamente y la vida de Loli y su familia quedó trastocada para siempre. «El corazón queda herido de por vida», lamenta.
«Al principio creí que yo sola podría gestionar mi duelo, pero al cuarto mes estaba tan hundida que decidí buscar ayuda«. La encontró en Alaia, una asociación que en Madrid acoge a los familiares de víctimas de suicidio y les proporciona un espacio donde hablar de lo sucedido, donde sentirse comprendidos y apoyados, donde pueden identificarse con otras personas que han pasado situaciones tan dramáticas como las suyas.
«Llega un momento en que a tu entorno no le gusta estar hablando siempre de lo mismo, no te entiende«, dice Loli. «Mis amigas me piden que las llame para desahogarme, pero tampoco quiero cargarlas. Y sé que puede sonar duro, pero es que a ellas no se les ha muerto un hijo, no saben lo que significa por mucho que quieran, desconocen el dolor desgarrador que supone».
Por eso Loli acude puntual a la cita de los lunes junto a otros padres que han perdido a sus hijos de la misma manera que ellla. «Ellos sí me entienden y saben por lo que estoy pasando. Cuando les miro es como mirarme en un espejo», recalca. «Nos sentimos muy arropados, venimos aquí a soltar la lágrima y a coger fuerza para aguantar toda la semana».
Al frente de esta terapia grupal está Eva Montero, psicóloga especialista en psicología clínica. «El primer día que vienen llegan muy angustiados, muy revueltos. El suicidio es algo que siempre piensas que le va a suceder a otras personas, consideran tan imposible que les haya ocurrido, que el hecho de expresarlo o compartirlo les cuesta mucho, pero por otro lado es la forma en la que pueden progresar en su proceso de duelo», asegura.
Sentimiento de culpa
Juan José ha sido el último en incorporarse al grupo. Su hija Mireia se suicidó hace solo cuatro meses. Tenía 24 años. «A mi aún me cuesta venir a las reuniones. El día de antes estoy inquieto, porque sé que voy a sufrir mucho, está demasiado reciente, pero me obligo porque necesito ayuda. Mi mujer aún no está preparada para venir, no lo ha asumido. Todavía le oculta a la gente la causa de la muerte de nuestra hija. Les dice que ha sido por un accidente doméstico. Yo le explico que es absurdo que lo niegue, que la gente lo sabe, pero ella se siente incapaz de verbalizarlo».
Reconoce Juan José que es algo muy difícil de asimilar. «Mis primeros pensamientos fueron reunirme con ella. Tirarme al metro o por un puente. Supongo que casi todos los padres pensamos lo mismo al principio. Pero tengo otra hija y eso me frena. Ella también ha sufrido mucho, tiene solo 28 años y ya ha pasado un cáncer y ahora ha perdido de esta forma a su hermana. No quiero hacerla sufrir más», confiesa ahogado en lágrimas.
«No sé si voy a ser capaz de sobrevivir a esto. Tengo un sentimiento de soledad enorme. Te queda mucho remordimiento, piensas que no has hecho lo suficiente, un sentido de culpa gigantesco que te oprime y con el que es difícil salir adelante».
Explica la psicóloga que la culpa es una fase que siempre está presente en el duelo por suicido entre los padres. «Trabajo con hermanos o parejas y no se da tanto, pero con los padres es inevitable. Desde el momento en que tus hijos nacen contraes una responsabilidad sobre ellos que perdura siempre. Entonces que hayan tomado la decisión irreversible de suicidarse sin que hayan podido evitarlo les deja un sentimiento de culpa infinito«, explica. «Es algo tan contra natura… que es un sentimiento del que es imposible escapar», indica la psicóloga.
Preguntarse el porqué
Inevitable también es darle vueltas al porqué. Begoña y Juan perdieron a su hija Ana el 27 de mayo de 2021 y no dejan de preguntárselo. «Tenía 31 años y lo había conseguido todo. Tenía pareja, el trabajo con el que siempre había soñado, el cariño de su familia, de sus amigos, todo el mundo la quería… no llegamos a comprenderlo», lamenta su padre.
«La psicóloga que la atendió nos ha dicho que quizás no aceptó la depresión, que la tomó como si fuera una minusvalía y no pudo con ello porque era muy autoexigente. En el trabajo tenía muchísima responsabilidad y tras el diagnóstico le rebajaron la cantidad de tareas por ayudarla, pero ella no lo entendió, lo llevó muy mal», apunta Begoña.
«Todo fue muy rápido. Empezó a tratarse por estrés en el trabajo y enseguida le dijeron que tenía depresión. Desde el diagnóstico hasta que sucedió lo peor pasaron solo 17 días. No nos dio ni tiempo a reaccionar», relatan.
«El día de antes confesó a todos que tenía pensamientos suicidas. Se abrazaba a mi y me decía: «Papá, es que no puedo con la cabeza, yo que lo controlo todo no puedo controlar esto que me está sucediendo. Me está dominando este pensamiento. Y al día siguiente lo llevó a cabo», cuenta con dolor Juan. «Se fue y nos dejó aquí con esta pena».
«Las personas que están con ideación suicida«, apunta la psicóloga Eva Montoro, «sufren en ese momento una alteración de la conciencia que hace que los problemas que tienen, que quizás no sean tan graves, se conviertan en lo más importante. Es o cero o diez, o blanco o negro. Desparecen los matices, desaparecen otras posibilidades. Desaparecen todos los recursos». «Por eso se habla de la visión en túnel del suicida, porque lo ven como si fuera la única salida, desgraciadamente».
«Personas que a lo mejor lo han intentado y no lo han conseguido y han continuado viviendo, es muy probable que luego descubran otras perspectivas, pero como es tan irreversible… el suicidio es un momento, es un instante que no tiene vuelta atrás».
Las señales de aviso
«En ocasiones es algo repentino e inesperado que sorprende a los padres, pero en muchos casos se dan señales de aviso, verbales y no verbales, a las que hay que estar atentos«, dice la especialista.
«Mi hijo las tenía todas», asegura Mari Carmen, madre de David, un joven de 36 años que se quitó la vida el 17 de noviembre de 2020. «Empezó con una depresión que no mejoraba con el paso del tiempo, se aisló, cada vez estaba más ausente, más perdido, no tenía ningún tipo de relación social. No hablaba con nadie salvo para decir que estaba muy cansado y que no quería seguir viviendo, pero nadie le escuchó», dice indignada Mari Carmen.
Cuenta con desesperación su largo periplo en busca de ayuda, de un psicólogo a otro, de un psiquiatra a otro. «A mi hijo le faltó ayuda profesional, le faltó empatía, que supieran llegar a él», lamenta. «Yo tuve que rogar varias veces que le ingresaran o que le estabilizaran la medicación, llegué a suplicarlo porque sabía que si no lo hacían iba a suceder algo grave, pero me ignoraron», denuncia.
«La comunicación con el psiquiatra debería ser muchísimo más fluida«, apostilla la psicóloga. «De tal manera que pudiera seguir la evolución del paciente con más detalle. Pero la mayoría de las veces, sobre todo en el caso de la Seguridad Social, las citas se dilatan mucho en el tiempo y cuando vas hay otro especialista, un suplente que no sabe nada de ti», lamenta.
«Falta formación importante y humanizada integral. Todo está muy deslabazado. Tal cual está ahora mismo organizado el sistema es muy difícil la prevención«, reconoce Eva Montero.
«Yo estoy convencida de que el suicido de mi hijo se podría haber evitado«, apostilla Mari Carmen. «Me he sentido muy abandonada por la sanidad, he visto como abandonaba a mi hijo y cómo me abandona ahora a mi. Los familiares de víctimas por suicidio también somos invisibles».
Los supervivientes se sienten abandonados
Desde que el hijo de Mari Carmen murió y hasta que ella consiguió una cita con una psiquiatra de la sanidad pública pasaron siete meses. «Y encima solo me ve para darme pastillas. Terapia a mí no me están haciendo ninguna, no nos protegen, no nos cuidan a los familiares», denuncia. «¿Qué nos queda como supervivientes? Pues buscarnos la vida, menos mal que existen asociaciones como Alaia, donde encontramos refugio, pero con el número de suicidios que hay no son suficientes», denuncia.
El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España. Lleva 13 años consecutivos siéndolo. Ha vuelto a superar a los accidentes de tráfico, caídas accidentales y ahogamientos. Solo en los primeros cinco meses de 2020 fallecieron por esta causa 1.343 personas. En 2019, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), fueron 3.671 las personas que se suicidaron.
En este 2021 se ha empezado a hablar sin tapujos del suicidio. La muerte de Verónica Forqué ha vuelto a poner el foco en esta lacra silenciosa que todavía no cuenta con una estrategia de prevención en España. A finales del 2020, el Consejo de Ministros aprobaba una Estrategia de Salud Mental, con una dotación de 100 millones de euros en tres años. «Pero no se va a aumentar el número de psicólogos y psiquiatras en la atención primaria, solo se va a formar a los que ya están. Eso es pan para hoy y hambre para mañana», denuncian estos padres. «A nuestros hijos no nos los van a devolver, pero hay que poner los medios suficientes para poner fin a esta locura», defienden.
Transformar el dolor
Los especialistas coinciden en que el suicidio no se puede superar y cada testimonio lo confirma. «Yo tengo 80 años, ya soy muy mayor. He vivido cosas muy duras, he visto morir a mis padres, a mi marido, a mis mejores amigos… pero no hay nada comparable a esto. Es un dolor que te acompaña las 24 horas del día», comenta Pilar, que perdió a su hija María en agosto.
«Yo creo que nuestros hijos no se imaginan el daño que hacen, las consecuencias que tiene su decisión, si no quiero creer que no lo harían», defiende.
Pilar, como el resto de padres, solo encuentra consuelo a su pena el rato que pasa en Alaia cada lunes por la tarde. «Me voy más aliviada, más descargada», asegura. «Es muy terapéutico». «Nadie nos juzga». «Yo no quiero parecer cursi, pero a mi poder llorar aquí y desahogarme me descansa el alma», dice otra de las madres.
«Nuestro objetivo es que, en la medida de lo posible, estas experiencias por las que han pasado tan dolorosas les puedan servir para algo en el futuro, puedan transformarlas para dar un sentido nuevo y diferente a su existencia«, concluye la psicóloga Eva Montero.
«Yo eso lo veo tan lejos todavía», suspira Juan José. «Es un proceso largo, le consuela Mari Carmen, pero es posible. Yo estoy en ello. Ayudar a otros padres que han pasado lo que yo y luchar para acabar con esta lacra del suicidio es ahora el leit motiv de mi vida«. «Necesito transformar mi dolor y mi pena en algo mejor».